miércoles, 28 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 3





Tengo un trabajo de medio tiempo en una biblioteca cerca de la plaza, sé que no es mucho lo que gano, pero es suficiente si sumamos la pensión de mi madre. Me alisto para salir, puesto que mi turno en la biblioteca comienza en veinte minutos. Tomo mi mochila que siempre cargo con un cuaderno, un libro que esté leyendo o sea de mi interés y una botella de agua.

Camino por las calles hasta la biblioteca, la casa de Kyle está a solo dos casas de ahí. Kyle es mi mejor amigo desde que tengo memoria, aunque es inevitable que la gente piense que tenemos una relación amorosa o que incluso somos primos o algo así.

-Buenas tardes, señorita Ginger. – me saluda el señor Brickstone con una gran sonrisa cuando entro por la puerta de cristal.

-Buenas tardes, señor. – le respondo. Dejo mi mochila en mi locker, y me dirijo a recorrer los pasillos llenos de libros mientras llega un cliente. Tomo un libro al azar que resulta ser sobre antiguas culturas y me siento en un sillón arrinconado. Me sumo en la lectura y me olvido de lo que me rodea por un momento hasta que una voz me interrumpe:

-Disculpa, estoy buscando un libro que se llama “Viejos amigos y el olvido”.

Levanto la vista y veo a Kyle sonriéndome de oreja a oreja. No puedo evitar ser sarcástica y le digo:

-Por supuesto, señor, sígame.  – dirijo a Kyle fuera de la biblioteca y le empujo el hombro.

-Vamos, Ginger, ¿perdiste tu sentido del humor? – dice con tono burlón. Por supuesto que no. No puedo evitar hundirme en sus ojos verdes que me resultan tan familiares y esbozo una gran sonrisa.

-Claro que no. – contesto riéndome. Habían pasado ocho meses desde que hablé por última vez con Kyle, ya que es obligatorio que todos los hombres se alisten para la marina, son meses de pesado entrenamiento en un barco en altamar. Kyle siempre ha sido como mi hermano, es de un carácter fuerte y siempre cumple lo que se propone, pero tiene un increíble sentido del humor. Debo aceptar que extrañaba eso. Y a él.

-Vamos a cenar a la fonda de Herbie esta noche. Tenemos que ponernos al día. – me dice Kyle tomándome de los hombros.

-Pero mi turno termina dentro de dos horas. – le digo.

-No importa, te esperaré. – responde. Asiento y vuelvo a la biblioteca.

Cuando entro de nuevo, están esos hombres vestidos de negro con el señor Brickstone, quizá son los que vi por la mañana. Finjo no haberlos visto, porque su presencia me pone muy nerviosa. En las siguientes dos horas solo atiendo a dos ancianos que buscaban libros sobre un lugar llamado Noruega. Supongo que existía antes de que sólo quedara Thumsat y Zambien.

Salgo de la biblioteca y ahí está Kyle, recargado en la pared, fumando. Kyle es dos años mayor que yo. Mide un metro noventa aproximadamente, es de piel muy blanca, cabello negro como el hollín y ojos color verde. Antes de su partida tenía el cabello rizado, pero supongo que para el entrenamiento lo raparon, porque ahora sólo hay unos dos centímetros de cabello cubriéndole la cabeza.

-¿Sigues fumando? – digo en tono más de molestia que de sorpresa. Kyle sólo se encoge de hombros, apaga el cigarrillo y caminamos hacia la fonda de Herbie. No es que me moleste verlo fumar, incluso le da un toque atractivo, pero es inevitable pensar el final de un vicio como ese.

Estamos a muy pocas calles de la bahía, por lo que las olas son lo suficientemente audibles. Llegamos a la fonda, no hay mucha gente, puesto que la gente no suele salir por las noches. Por decreto del emperador, tras un levantamiento que comenzaron a organizar hace un par de años en este estado, había francotiradores por todos lados para prevenir las reuniones secretas que se organizan por las noches.

-Ginger, ¿cómo te va? - me saluda Herbie con una amable sonrisa dibujada en el rostro. Es un hombre de cuarenta años, de tez muy morena. Cuando éramos pequeños Kyle y yo, nos contaba leyendas sobre un pueblo africano o algo así.

-¿Tendría caso quejarme? – contesto encogiéndome de hombros y con una media sonrisa.

Nos sentamos en la barra y ordenamos un tazón de sopa especial. Herbie jamás nos ha querido decir los ingredientes de la sopa. De cualquier forma sabe deliciosa y no dejaré de pedirla aunque supiera que tiene carne de perro salvaje.

-¿Qué pasa, Ginger? - me pregunta Kyle con preocupación disimulada. Lo veo fijamente a los ojos y niego con la cabeza. No es el lugar para hablar sobre lo de la carta.

A lo largo de la cena, Kyle me relata sobre la vida en la marina, los trabajos duros que tenía que hacer y me enseña algunas cicatrices que le quedaron por quemaduras. Me pregunta sobre mi familia, reímos un rato de los pocos momentos felices que vivimos en los últimos meses y lo reprendo por no haberme escrito ni una sola carta, a pesar de que me había prometido que lo haría antes de partir. Acabamos de cenar, Kyle paga, salimos y comenzamos a caminar hacia mi casa. Un oficial nos detiene a medio camino y nos pregunta a dónde vamos, intentando no sonar nerviosa le digo que a mi casa. El oficial Arnold es nuestro vecino desde que nací y de cierta manera es amigo de la familia. Me reconoce y nos deja seguir nuestro camino.

-Ginger... - empieza Kyle.

-No, aquí no, Kyle. No es seguro - lo interrumpo. Estamos a dos casas de llegar, me detiene tomándome de la mano.

-Mañana te espero en el lugar de siempre a las diez. - dice con voz firme, me abraza fuertemente y me susurra al oído -Ya te extrañaba.

-Igual yo, Kyle. Ten cuidado - le digo y camino hacia mi casa. Lo veo alejarse y cierro la puerta detrás de mí.

Encontrarme nuevamente con Kyle me reconforta un poco, tras las malas noticias y los ocho largos meses que pasó en la marina, me alegra que esté en casa de nuevo. Conmigo.

Son las diez de la noche en punto, siento muy pesados los párpados, solo quiero dormir. En casa, ya todas las luces están apagadas, excepto la de la habitación de mis padres. Subo las escaleras a mi cuarto intentando no hacer mucho ruido, me pongo el pijama y me meto en la cama. Miro al techo y comienzo a recapitular todos los hechos del día: la carta, yo en la bahía, la biblioteca, el regreso inesperado de Kyle, la fonda de Herbie. Me siento feliz por la llegada de Kyle, me preocupa la decisión que debo tomar lo antes posible. No sé qué hacer. Por esa parte, espero que sólo haya sido un sueño más y en unas horas vaya a despertar de él. Lo cual sé que no es más que la cruda realidad y que no puedo escapar de ella.



María José García Moncada

martes, 27 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 2


Me acerco a la ventana para ver cómo unas figuras extrañas vestidas de color negro totalmente hasta la cabeza, pasan por la calle. Me doy cuenta de que en el sillón hay un sobre abierto, es una carta con el escudo de Thumsat. Claramente esto es mala señal. Me invade un sentimiento de inquietud y comienzo a respirar pesadamente. Con una mano temblorosa tomo el sobre y leo su contenido. El emperador Fremont Shmart había publicado un nuevo decreto, invitando, o mejor dicho obligando, a todos los adolescentes de dieciséis años a unirse a las tropas del imperio. Esto no me asustaría tanto, de no ser porque mi cumpleaños número dieciséis es en dos semanas.

-Ginger, ayúdame a limpiar la mesa. – me ordena mi padre. Sin pensarlo dos veces, dejo el sobre donde lo encontré y hago lo que mi padre me pidió.


-Vi la carta. – anuncia con voz ronca una vez que todos estamos sentados a la mesa. Suspira y continúa – Sabes que hay otra opción.

-Déjala Percy. – dice mi madre en un susurro casi inaudible.

Sé perfectamente a lo que mi padre se refiere. Los que tienen conocimiento sobre la Academia de Entrenamiento Especializado pueden inscribirse desde los catorce años para unirse a las tropas de la ORP. En estos tiempos hay una escasez extrema de aspirantes debido al miedo que el emperador Shmart ha infundido en Zambien, sin embargo, algo en mi interior se niega a enlistarse a cualquiera de los dos ejércitos.

-Sabes que no puedo hacerlo. – respondo con tono enojado, me levanto dejando mi desayuno casi intacto. Subo las escaleras, me doy un baño, me visto y salgo de la casa sin avisarle a nadie. Necesito aire, necesito pensar.

Estoy consciente de que no existe una tercera opción y que terminaría de cualquier modo en las tropas, ya sea en una o en otra. Quizá deba dejar de negarme a los grupos de rebeldes que intentan derrocar el imperio, pero simplemente no estoy dispuesta a abandonar a mi familia, mucho menos a mis hermanos siendo tan jóvenes a sabiendas de que necesitan de mí y del poco dinero que gano. No quiero involucrarme en estas disputas sobre poder, no me siento lista para irme de mi hogar, aunque sé que no es algo permanente y que puedo visitarlos en vacaciones, me niego a dejarle toda la carga del hogar a mi padre. Aún tengo dos semanas para tomar mi decisión.

Me dirijo a la pequeña bahía de agua cristalina en la que solía nadar con mis hermanos cuando éramos pequeños, tras un cansado día en la bahía entre las palmeras que adornan tan bello lugar. Cuando estoy en este lugar las horas pasan volando. Cierro los ojos, lleno mis pulmones de aire, lo retengo por unos segundos y después lo dejo escapar lentamente. Huele a tranquilidad, felicidad. Lo que hace tanto tiempo le fue arrebatado a mi familia. Me siento sobre un tronco derrumbado en el suelo, saco mi navaja, tomo un trozo de madera y comienzo a sacarle filo. Con el tiempo adquirí la habilidad de construir refugios improvisados con lo que la naturaleza me brindaba, debido a que solíamos acampar muy seguido a la orilla de la bahía en nuestros días como familia. Me tumbo en la arena un par de horas que ni siquiera supe cómo pasaron tan deprisa. 

Mi estómago comienza a reclamar comida. Trepo por una palmera no muy alta sin problema, tomo un coco, le hago un agujero y comienzo a tomar de él para engañar un poco a mi estómago y decido regresar a casa. En el camino paso por la pequeña fonda de Herbie, ahí preparan una sopa de cebolla exquisita con pan de ajo. Se me hace agua la boca y acelero el paso. Después la tienda de golosinas del señor Marcus y su anciana esposa Astrid. Una boutique de ropa pertenece a la señora más gruñona del estado, la tía de mi padre. No es nada personal, pero la tía Maggie tiene un carácter odioso. Es una viuda de casi sesenta años, robusta, ojos pequeños y negros como el hollín, cabello rizado y corto. Vive dos calles abajo con sus dos gatos gordos y feos: Millicent y Quinn.

Estoy en el rellano de mi casa y ya puedo distinguir lo que papá hizo de comer: sopa de pepino y pescado. Papá me dirige una sonrisa y se la devuelvo. Herman, Milo y Soley ya están comiendo a la mesa. Tomo mi lugar y comienzo a comer.

Soley me mira con sus grandes ojos verdes y me sonríe. Apenas con 8 años, ya tuvo que madurar lo suficiente para reconocer la situación en la que estamos. Los gemelos con escasos cinco años siguen sumergidos en la inocencia de un pequeño niño, jugueteando y riendo a carcajadas el uno con el otro. Soley es esbelta, ojos verdes,  piel apiñonada y cabello castaño claro. Herman y Milo rubios de ojos grandes y color miel, como los de mi madre. Todos somos tan diferentes. Papá dice que yo soy igual a mi madre cuando era joven, pelirroja y blanca, a excepción de mis ojos que son azules.



María José García Moncada