Tengo
un trabajo de medio tiempo en una biblioteca cerca de la plaza, sé que no es
mucho lo que gano, pero es suficiente si sumamos la pensión de mi madre. Me
alisto para salir, puesto que mi turno en la biblioteca comienza en veinte
minutos. Tomo mi mochila que siempre cargo con un cuaderno, un libro que esté
leyendo o sea de mi interés y una botella de agua.
Camino
por las calles hasta la biblioteca, la casa de Kyle está a solo dos casas de
ahí. Kyle es mi mejor amigo desde que tengo memoria, aunque es inevitable que
la gente piense que tenemos una relación amorosa o que incluso somos primos o
algo así.
-Buenas
tardes, señorita Ginger. – me saluda el señor Brickstone con una gran sonrisa cuando entro por la puerta de cristal.
-Buenas
tardes, señor. – le respondo. Dejo mi mochila en mi locker, y me dirijo a
recorrer los pasillos llenos de libros mientras llega un cliente. Tomo un libro
al azar que resulta ser sobre antiguas culturas y me siento en un sillón
arrinconado. Me sumo en la lectura y me olvido de lo que me rodea por un
momento hasta que una voz me interrumpe:
-Disculpa,
estoy buscando un libro que se llama “Viejos amigos y el olvido”.
Levanto
la vista y veo a Kyle sonriéndome de oreja a oreja. No puedo evitar ser sarcástica
y le digo:
-Por
supuesto, señor, sígame. – dirijo a Kyle
fuera de la biblioteca y le empujo el hombro.
-Vamos,
Ginger, ¿perdiste tu sentido del humor? – dice con tono burlón. Por supuesto
que no. No puedo evitar hundirme en sus ojos verdes que me resultan tan
familiares y esbozo una gran sonrisa.
-Claro
que no. – contesto riéndome. Habían pasado ocho meses desde que hablé por última
vez con Kyle, ya que es obligatorio que todos los hombres se alisten para la
marina, son meses de pesado entrenamiento en un barco en altamar. Kyle siempre
ha sido como mi hermano, es de un carácter fuerte y siempre cumple lo que se
propone, pero tiene un increíble sentido del humor. Debo aceptar que extrañaba
eso. Y a él.
-Vamos
a cenar a la fonda de Herbie esta noche. Tenemos que ponernos al día. – me dice
Kyle tomándome de los hombros.
-Pero
mi turno termina dentro de dos horas. – le digo.
-No
importa, te esperaré. – responde. Asiento y vuelvo a la biblioteca.
Cuando
entro de nuevo, están esos hombres vestidos de negro con el señor Brickstone,
quizá son los que vi por la mañana. Finjo no haberlos visto, porque su
presencia me pone muy nerviosa. En las siguientes dos horas solo atiendo a dos
ancianos que buscaban libros sobre un lugar llamado Noruega. Supongo que
existía antes de que sólo quedara Thumsat y Zambien.
Salgo
de la biblioteca y ahí está Kyle, recargado en la pared, fumando. Kyle es dos
años mayor que yo. Mide un metro noventa aproximadamente, es de piel muy
blanca, cabello negro como el hollín y ojos color verde. Antes de su partida
tenía el cabello rizado, pero supongo que para el entrenamiento lo raparon, porque
ahora sólo hay unos dos centímetros de cabello cubriéndole la cabeza.
-¿Sigues
fumando? – digo en tono más de molestia que de sorpresa. Kyle sólo se encoge de
hombros, apaga el cigarrillo y caminamos hacia la fonda de Herbie. No es que me
moleste verlo fumar, incluso le da un toque atractivo, pero es inevitable
pensar el final de un vicio como ese.
Estamos
a muy pocas calles de la bahía, por lo que las olas son lo suficientemente
audibles. Llegamos a la fonda, no hay mucha gente, puesto que la gente no suele
salir por las noches. Por decreto del emperador, tras un levantamiento que
comenzaron a organizar hace un par de años en este estado, había
francotiradores por todos lados para prevenir las reuniones secretas que se organizan
por las noches.
-Ginger,
¿cómo te va? - me saluda Herbie con una amable sonrisa dibujada en el rostro.
Es un hombre de cuarenta años, de tez muy morena. Cuando éramos pequeños Kyle y
yo, nos contaba leyendas sobre un pueblo africano o algo así.
-¿Tendría
caso quejarme? – contesto encogiéndome de hombros y con una media sonrisa.
Nos
sentamos en la barra y ordenamos un tazón de sopa especial. Herbie jamás nos ha
querido decir los ingredientes de la sopa. De cualquier forma sabe deliciosa y
no dejaré de pedirla aunque supiera que tiene carne de perro salvaje.
-¿Qué
pasa, Ginger? - me pregunta Kyle con preocupación disimulada. Lo veo fijamente
a los ojos y niego con la cabeza. No es el lugar para hablar sobre lo de la
carta.
A
lo largo de la cena, Kyle me relata sobre la vida en la marina, los trabajos
duros que tenía que hacer y me enseña algunas cicatrices que le quedaron por
quemaduras. Me pregunta sobre mi familia, reímos un rato de los pocos momentos
felices que vivimos en los últimos meses y lo reprendo por no haberme escrito
ni una sola carta, a pesar de que me había prometido que lo haría antes de
partir. Acabamos de cenar, Kyle paga, salimos y comenzamos a caminar hacia mi
casa. Un oficial nos detiene a medio camino y nos pregunta a dónde vamos,
intentando no sonar nerviosa le digo que a mi casa. El oficial Arnold es
nuestro vecino desde que nací y de cierta manera es amigo de la familia. Me
reconoce y nos deja seguir nuestro camino.
-Ginger...
- empieza Kyle.
-No,
aquí no, Kyle. No es seguro - lo interrumpo. Estamos a dos casas de llegar, me
detiene tomándome de la mano.
-Mañana
te espero en el lugar de siempre a las diez. - dice con voz firme, me abraza
fuertemente y me susurra al oído -Ya te extrañaba.
-Igual
yo, Kyle. Ten cuidado - le digo y camino hacia mi casa. Lo veo alejarse y
cierro la puerta detrás de mí.
Encontrarme
nuevamente con Kyle me reconforta un poco, tras las malas noticias y los ocho
largos meses que pasó en la marina, me alegra que esté en casa de nuevo.
Conmigo.
Son
las diez de la noche en punto, siento muy pesados los párpados, solo quiero
dormir. En casa, ya todas las luces están apagadas, excepto la de la habitación de mis padres. Subo las escaleras a mi cuarto intentando no hacer mucho ruido, me pongo el pijama y me meto en la
cama. Miro al techo y comienzo a recapitular todos los hechos del día: la
carta, yo en la bahía, la biblioteca, el regreso inesperado de Kyle, la fonda
de Herbie. Me siento feliz por la llegada de Kyle, me preocupa la decisión que
debo tomar lo antes posible. No sé qué hacer. Por esa parte, espero que sólo
haya sido un sueño más y en unas horas vaya a despertar de él. Lo cual sé que
no es más que la cruda realidad y que no puedo escapar de ella.
María José García Moncada