Kyle y yo agradecemos y salimos de la choza.
Ya afuera donde no hay nadie más le pregunto:
-¿Qué fue eso?
-¿De qué hablas?
-Estabas increíblemente molesto que ni siquiera querías que te tocara y…
-Nada,
no fue nada. – me corta.
-Si estarás molesto el resto del día, es mejor
partir ahora. – le advierto.
-No estoy molesto. – responde cortante.
-Bien. – contesto y me voy a buscar qué hacer
dejando solo a Kyle.
La aldea es increíble, todos trabajan en
grupo, todos parecen estar de buen humor y felices con lo que hacen. Un niño
elfo choca contra mi pierna, cae y lo ayudo a levantarse. Después de observarme
detenidamente durante unos segundos, sale corriendo. Siempre causo ese tipo de
impresiones en los niños pequeños, y hasta ahora no he comprendido por qué
razón. Intento encontrar a Durkhar con la mirada, pero no lo veo por ninguna
parte, así que me siento en un tronco caído a observar la actividad de la aldea.
Después de tantos años y tras escuchar
innumerables leyendas sobre este bosque, aquí estoy, sana y salva, incluso
hasta harán una celebración para mí. No le veo nada de temible a este bosque.
Quizá sólo era para mantener a los niños entretenidos o a los curiosos fuera de
los límites del bosque.
-Hola. – dice una voz dulce detrás de mí. Al
girarme veo una elfo de mediana estatura, con cabello castaño claro, ojos
verdes, piel muy blanca y una mirada dulce.
-Hola.
-Soy Nneka. – se presenta.
-Ginger. – digo distraídamente. -¿Quieres
sentarte? – le ofrezco y me muevo un poco para que pueda sentarse a mi lado.
-¿De dónde vienes? – me pregunta con
curiosidad.
-De Loomstang.
-Oh, jamás he ido ahí.
-Pues es un lugar no muy grande, poblado de humanos,
con una bahía hermosa de agua cristalina. Y es todo lo que tienes que saber
sobre Loomstang.
-Jamás he visto el mar o una bahía.
-¿En serio? – digo con los ojos bien abiertos.
-Los elfos no tenemos muchas razones para
salir del bosque, todo lo que necesitamos está aquí. – dice un poco
avergonzada.
-Pues yo jamás había estado en un bosque. Bueno,
sólo una vez por un par de horas, y fue accidental el que yo estuviera ahí. –
digo en un intento de animarla. Me muerdo el labio inferior al recordar ese
día.
Asiente y nos quedamos en silencio durante
varios minutos.
-¿Y qué haces tú en la aldea? – pregunto
desinteresada, para romper el incómodo silencio.
-Por ahora me están entrenando para la
cacería. Mi padre es Durkhar. - dice. Su voz es lo más dulce que jamás he
escuchado. Una pequeña elfo se acerca a nosotras, me recuerda mucho a Soley. Le
da una flor a Nneka y se va corriendo.
-Ella es Nessa, no habla. – explica Nneka.
-Oh. – exclamo.
-Cielos, tienes un lólindir tiwele. – dice sorprendida
viendo hacia mi cuello.
-¿Un… - titubeo mientras sigo su mirada – Ah,
esto. ¿Para qué sirve? – pregunto tomando entre mis dedos el pequeño rombo de
cristal que cuelga de mi cuello. Me siento un poco ignorante.
-Es un espejo, hecho por elfos. Te permite ver a lo que tú más extrañas.
María José García Moncada
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