Al llegar me da un arco y me ayuda a colocarme
en posición; piernas un poco abiertas espalda recta, hombros firmes. Me entrega
una flecha y la posiciono apuntando a un árbol, primero.
-Fija tu mirada en un punto y respira hondo
antes de soltarla.
A decir verdad, mi puntería no es del todo
mala. Cuando era niña e iba con mi familia a la bahía, jugaba con mi padre a
golpear los cocos de las palmeras con piedras o lanzas improvisadas.
Espero unos segundos, respiro hondo, tenso la cuerda
y la flecha golpea contra el árbol, mas no se clava.
-Bien, ahora intenta con más fuerza. – me dice
Nneka. Coloco una nueva flecha y fijo la mirada en el árbol nuevamente, respiro
hondo, tenso la cuerda y la flecha se clava en el tronco.
-Excelente, nos vendrías muy bien en el
escuadrón de cacería. - me halaga Nneka. Le sonrío tímidamente. – ¿Crees que
puedas intentarlo con algún animal?
-Yo
- vacilo – no…
-Vamos,
intenta antes de decir no. – me anima.
Pasamos el resto de la tarde cazando y
compartiendo algunos de nuestros conocimientos para sobrevivir en el bosque o
en una playa, según el caso. Creo que jamás había convivido tanto con una
persona que no fuera Kyle. Se siente extraño, pero a la vez me gusta.
Conseguí darle a un conejo y a una ardilla.
Sinceramente me siento mal por haber sido su verdugo, ya que nunca había matado
a un animal que midiera más de diez centímetros de largo. Nneka logró cazar un
pequeño ciervo, sus habilidades con el arco son increíbles. Al atardecer
regresamos a la aldea con la caza y la dejamos en su choza junto con los arcos.
-Llévalo contigo. - me dice Nneka
devolviéndome el arco que había dejado contra la pared.
-Oh no, yo tengo mis propias armas. – digo.
Aunque mi única arma es el fuego, el cuál a veces parece controlarme a mí, en
vez de ser yo la que lo controla.
-Es un obsequio, y los obsequios jamás se
rechazan.
Sin más remedio lo tomo y lo cuelgo en mi
hombro.
-También conserva el carcaj. Aquí puedo hacer más
flechas. - dice mientras cuelga el carcaj en mi otro hombro. Por un momento
siento que me gustaría quedarme aquí.
-Gracias.
Salimos de la choza y caminamos hasta el
tronco donde estaba sentada esta mañana.
Intento encontrar a Kyle con la mirada, lo veo cabizbajo, recargado en
un tronco. Ya han colocado mesas con distintos platillos que al verlos se me
hace agua la boca. Al centro hay más mesas humildes de madera y sillas, en cada
mesa hay un pequeño árbol frondoso al centro y diminutas flores. Kyle se
percata de mi presencia y de inmediato se pone de pie dirigiéndose hacia mí.
-Ginger… - comienza Kyle, pero se detiene al
ver a Nneka a mi lado.
-Oh, lo siento. – dice Nneka y comienza a alejarse.
-¿Qué pasa? – le pregunto, intentando no hacer
contacto visual con él.
-Lo lamento. – dice en tono suplicante.
-No, Kyle, no pasa nada, entiendo.
-No, en verdad lo siento. – insiste. Mientras
me abraza, me acurruco en su pecho como de costumbre. Tan cálido. La pasé tan
bien con Nneka que ni siquiera quiero pensar en cómo Kyle se comportó.
-Gracias por traerme. – le agradezco. Nos
quedamos mirando a los elfos, sentados desde el tronco caído en el que Nneka se
me había unido. Los elfos siguen arreglando todo, poniendo más platillos en las
mesas, adornándolas, poniendo más sillas… un sinfín de movimiento, ya vienen y
ya van, pero aún así todo parece tan tranquilo, caminan con un ritmo calmado,
normal, como al compás de una melodía.
María José García Moncada
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