-¿Podrías
decirme dónde está?
-Mejor
aún, yo te llevaré. - dice con una sonrisa que creí que sólo la tenían los
niños cuando les regalan algún juguete.
Hans
es atractivo. Muy atractivo y caballeroso. Hace un ademán para que lo siga y
caminamos lento.
-He
escuchado rumores sobre tu familia, ¿son ciertos? - Hans pregunta tímidamente.
-Depende
de qué rumores hayas escuchado.
-Que
los - vacila, e intenta retener la palabra como si me doliera cuando la dicen -
raptaron.
Sí,
me dolió.
-Sí,
tan ciertos como que yo sigo aquí encerrada mientras nadie hace nada por mi
familia.
-¿Que
nadie hace nada? - pregunta casi ofendido y me encojo de hombros. Para ser la
primera vez que hablamos, parece tener mucha confianza.
-De
verdad no estás enterada de absolutamente nada. - bufa Hans.
-Parece
ser que sabes más de lo que yo desearía saber. - digo mientras veo a Hans de
reojo.
-Es
el precio de que mi entrenadora sea la esposa del dirigente del ejército que
Langrock tiene a su servicio.
-Eso
no lo sabía. - susurro.
Un
largo silencio se extiende mientras caminamos. Más pasillos y puertas. Veo de
reojo a Hans mientras no me está mirando. Tiene la apariencia de un guerrero;
es fuerte, alto, como si fuera de hierro. Totalmente inquebrantable.
-Bien,
aquí es. - dice Hans y nos detenemos frente a unas puertas de madera vieja. El
olor antiséptico llega hasta mi nariz.
-Muchas
gracias. - le agradezco y me dispongo a entrar cuando Hans me detiene poniendo
su cálida y grande mano sobre la mía. Lo miro a los ojos.
-No
fue nada. - sonríe de manera dulce y besa mi mano delicadamente. -Hasta pronto.
Antes
de poder hacer o decir algo, Hans sale disparado por el pasillo. ¿Qué demonios
fue eso? Me quedo parada frente a las puertas de la enfermería durante varios
segundos intentando salir de la bruma que invadió mi mente con lo que acaba de
hacer Hans. Sacudo la cabeza, intentando alejar ese pensamiento y atravieso las
puertas.
La
enfermería es amplia y hay filas de camillas pegadas a lo largo de las paredes
laterales. Sólo una camilla está ocupada, y no puede ser nadie más que Kyle.
-¿Kyle?
-Gin,
¿eres tú?
-Sí,
soy yo. - digo mientras corro hasta la última camilla del lado derecho donde está
Kyle tendido.
Me
siento en la orilla de la camilla sin mover demasiado a Kyle. Toma mi mano y
entrelaza sus dedos con los míos.
-¿Cómo
estás? - me pregunta examinándome con la mirada. El dulce sonido de su voz me
reconforta y me hace sentir como si aún estuviera en casa y nada de estas cosas
hubiera pasado jamás.
-No
importa, ¿cómo estás tú?
-Yo
bien, recuperándome. No fue nada. - me sonríe. - Pero tú te ves muy cansada. -
me dice mientras acaricia mi mejilla con una de sus manos.
-No
he logrado dormir. – confieso.
-Tranquila.
- me consuela Kyle. Había estado luchando contra mí misma para no derramar esas
lágrimas que desgarraban mi garganta y reclamaban que las dejara ir. Me enjuago
las lágrimas con la manga de mi suéter en un intento de pararlas.
-Lo
siento, yo… - comienzo, pero mi voz se quiebra. –Estúpidas lágrimas que no se
detienen.
Kyle
curva sus labios hacia arriba en una sonrisa.
-Déjalo,
Gin, está bien.
María José García Moncada
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