Cuando abro los ojos siento punzadas de dolor en
la cabeza y mi nariz está sangrando, lo cual me pasa muy a menudo, por lo que
no me asusta hasta que me doy cuenta de que estoy atada a una cama, forcejeo para liberarme,
pero es inútil. Estoy atrapada en una especie de cuarto de piedra, alumbrado con
antorchas. No sé qué hago aquí. Lo último que recuerdo es a mí entrando en la
biblioteca y a los hombres encapuchados mirándome, vigilando cada movimiento
que hacía y después… nada.
Supongo
que recibí un buen golpe en la cabeza y caí inconsciente, eso explicaría el
dolor. Si mi teoría es cierta, no puedo estar muy lejos de la biblioteca, no
creo que se hayan arriesgado a ir caminando por las calles con mi cuerpo
cargando. “El sótano”, pienso. Si no me sacaron de la biblioteca es el único
lugar en el que puedo estar. Analizo la habitación e intento planear una forma
de escapar, pero no hay nada, los arneses alrededor de mis muñecas y mis
tobillos están fuertemente apretados, casi impidiéndome la circulación. Mi
blusa está empapada de sudor. Comienzo a desesperarme y me sacudo fuertemente en un intento
de escapar, quiero gritar, pero no lo hago. Escucho un siseo, mis brazos se
debilitan y mis fuerzas son arrancadas de mi cuerpo. Inconsciente de
nuevo.
Caigo
en un profundo sueño en el que Kyle y yo corremos de los encapuchados. Estamos
en un bosque, él cae en una red, lo capturan, lo golpean y después lo matan en
frente de mí. Me despierto con la respiración agitada, como si en verdad
hubiera estado corriendo. Mi ropa sigue empapada de sudor como cuando desperté,
pero ya no estoy atada. Hay una nota en la orilla de la cama. Intento leerla, pero
no entiendo lo que está escrito, ni siquiera reconozco el lenguaje. Mi
pulso se acelera y la desesperación me invade. Al reverso de la hoja alguien se
tomó el tiempo de escribir con una caligrafía elegante:
“Sólo tienes quince minutos
para salir de aquí.”
“¿Solo?
¿O si no qué?” pienso. Decido que no estoy dispuesta a averiguarlo, así que
salgo de la habitación a un pasillo igualmente de piedra, iluminado con
antorchas que salen de las paredes cada cierta distancia. No hay nadie. Busco
con la mirada una salida. Nada. Escucho que alguien tose, giro mi cabeza en esa
dirección. Hay una habitación contigua exactamente igual a la mía. Raymond, un
compañero del colegio, quizá el más tonto de la clase, está tirado en el piso
intentando ponerse en pie.
Probablemente
de todas las personas que conozco él sería el último que escogería para estar
encerrada en un lugar así.
-¿Raymond?
-¿Ginger?
– Susurra -¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?
“Respira,
Ginger, no hay tiempo para tu intolerancia. No sabes dónde estás ni por qué,
solo debes salir. Con vida” Me digo a mí misma.
-No
hay tiempo para explicar nada. – lo tomo bruscamente del brazo y lo jalo fuera
de la habitación. ¿Cuánto tiempo ha pasado? No tengo ni la menor idea, solo sé
que debemos salir de aquí, comienzo a sentir mis brazos pesados y el sueño
intenta apoderarse de mí nuevamente. El siseo comienza de nuevo, debemos salir
pronto, o quizá no volvamos a despertar.
-Por
ahí. – dice Raymond con voz apagada, apuntando a un reducido agujero en la
pared a un metro del piso. Lo veo a los ojos, el gas está haciendo efecto,
tiene mirada adormilada. Ayudo a Raymond a trepar por la pared, hasta el
agujero. Tenemos que ir gateando debido a la poca altura del túnel. Llegamos a
una bifurcación. Hay una pared frente a nosotros que tiene algunos dibujos.
-¿Es
un mapa? – pregunta Raymond.
Suspiro
y contesto:
-No
tengo idea, pero… - dejo la frase sin terminar. -camina, es por aquí. – le
ordeno a Raymond y sigo el camino de la derecha deseando con todas mis fuerzas
no equivocarme. Es un túnel no muy bajo, podemos caminar de pie, aunque Raymond
tiene que agachar su cabeza un poco para no pegarse contra el techo.
Me
alegra que Raymond esté adormilado para no tener que soportar sus
cuestionamientos y tontos comentarios, que tanto suele hacer. Aún le guardo
rencor por la vez que se burló de mi madre por haber quedado en silla de ruedas
tras el accidente. No es algo fácil de perdonar.
Sólo
túneles y nada más. Estoy segura de que el tiempo se está agotando. Me detengo
un momento y me recargo contra la fría pared. Y ahí estaba. Una trampilla
circular de cincuenta centímetros de diámetro.
-Raymond,
necesito que alcances esa trampilla e intentes abrirla. – le digo apuntando al
techo. No creo que sea una tarea difícil para alguien con su complexión. Sin trabajo empuja con fuerza la trampilla y
se abre. Subo por el agujero y después Raymond. No nos molestamos en cerrarla
nuevamente.
Estamos
en un callejón con poca luz, no tengo idea de qué hora es ni cuántos días
estuvimos ahí abajo.
-Será
mejor que nadie sepa lo que pasó. – le digo y el asiente una sola vez.
-Gracias
por no dejarme ahí. – dice y añade: - Ten cuidado, Ginger. – extiende su mano
hacia mí y estrecho mi mano con la suya.
Acordamos
salir uno después de otro y en sentidos contrarios para no levantar sospechas.
Yo salgo primero y volteo de reojo para verificar que Raymond sale del
callejón. Camino dos calles, intentando llegar a un lugar conocido para poder
ubicarme. Creo que no fue buena idea ir por caminos separados. Sigo caminando y
doy vuelta a la derecha. No puedo estar muy lejos de la biblioteca o de la
plaza, así que intento parecer segura de lo que hago.
La
gente que pasa me ve con horror, pero no me importa mucho mi aspecto en estos
momentos. Paso frente a una tienda con vitrina y veo mi reflejo. Olvidé que me
había sangrado la nariz y trato de limpiarme con la manga de mi sudadera. Aún
no logro reconocer ninguna calle ni tienda para poder ubicarme, incluso la
gente tiene aspecto diferente a las personas que suelo ver en Loomstang. Comienzo
a desesperarme. Trato de aguzar el oído para escuchar alguna ola, pero no hay
nada. ¿Raymond también estará perdido?
María José García Moncada
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