martes, 3 de enero de 2012

CAPÍTULO 5




Cuando abro los ojos siento punzadas de dolor en la cabeza y mi nariz está sangrando, lo cual me pasa muy a menudo, por lo que no me asusta hasta que me doy cuenta de que estoy atada a una cama, forcejeo para liberarme, pero es inútil. Estoy atrapada en una especie de cuarto de piedra, alumbrado con antorchas. No sé qué hago aquí. Lo último que recuerdo es a mí entrando en la biblioteca y a los hombres encapuchados mirándome, vigilando cada movimiento que hacía y después… nada.

Supongo que recibí un buen golpe en la cabeza y caí inconsciente, eso explicaría el dolor. Si mi teoría es cierta, no puedo estar muy lejos de la biblioteca, no creo que se hayan arriesgado a ir caminando por las calles con mi cuerpo cargando. “El sótano”, pienso. Si no me sacaron de la biblioteca es el único lugar en el que puedo estar. Analizo la habitación e intento planear una forma de escapar, pero no hay nada, los arneses alrededor de mis muñecas y mis tobillos están fuertemente apretados, casi impidiéndome la circulación. Mi blusa está empapada de sudor. Comienzo a desesperarme y me sacudo fuertemente en un intento de escapar, quiero gritar, pero no lo hago. Escucho un siseo, mis brazos se debilitan y mis fuerzas son arrancadas de mi cuerpo. Inconsciente de nuevo. 

Caigo en un profundo sueño en el que Kyle y yo corremos de los encapuchados. Estamos en un bosque, él cae en una red, lo capturan, lo golpean y después lo matan en frente de mí. Me despierto con la respiración agitada, como si en verdad hubiera estado corriendo. Mi ropa sigue empapada de sudor como cuando desperté, pero ya no estoy atada. Hay una nota en la orilla de la cama. Intento leerla, pero no entiendo lo que está escrito, ni siquiera reconozco el lenguaje. Mi pulso se acelera y la desesperación me invade. Al reverso de la hoja alguien se tomó el tiempo de escribir con una caligrafía elegante:

“Sólo tienes quince minutos para salir de aquí.”

“¿Solo? ¿O si no qué?” pienso. Decido que no estoy dispuesta a averiguarlo, así que salgo de la habitación a un pasillo igualmente de piedra, iluminado con antorchas que salen de las paredes cada cierta distancia. No hay nadie. Busco con la mirada una salida. Nada. Escucho que alguien tose, giro mi cabeza en esa dirección. Hay una habitación contigua exactamente igual a la mía. Raymond, un compañero del colegio, quizá el más tonto de la clase, está tirado en el piso intentando ponerse en pie.

Probablemente de todas las personas que conozco él sería el último que escogería para estar encerrada en un lugar así.

-¿Raymond?

-¿Ginger? – Susurra -¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?

“Respira, Ginger, no hay tiempo para tu intolerancia. No sabes dónde estás ni por qué, solo debes salir. Con vida” Me digo a mí misma.

-No hay tiempo para explicar nada. – lo tomo bruscamente del brazo y lo jalo fuera de la habitación. ¿Cuánto tiempo ha pasado? No tengo ni la menor idea, solo sé que debemos salir de aquí, comienzo a sentir mis brazos pesados y el sueño intenta apoderarse de mí nuevamente. El siseo comienza de nuevo, debemos salir pronto, o quizá no volvamos a despertar.

-Por ahí. – dice Raymond con voz apagada, apuntando a un reducido agujero en la pared a un metro del piso. Lo veo a los ojos, el gas está haciendo efecto, tiene mirada adormilada. Ayudo a Raymond a trepar por la pared, hasta el agujero. Tenemos que ir gateando debido a la poca altura del túnel. Llegamos a una bifurcación. Hay una pared frente a nosotros que tiene algunos dibujos.

-¿Es un mapa? – pregunta Raymond.

Suspiro y contesto:

-No tengo idea, pero… - dejo la frase sin terminar. -camina, es por aquí. – le ordeno a Raymond y sigo el camino de la derecha deseando con todas mis fuerzas no equivocarme. Es un túnel no muy bajo, podemos caminar de pie, aunque Raymond tiene que agachar su cabeza un poco para no pegarse contra el techo.

Me alegra que Raymond esté adormilado para no tener que soportar sus cuestionamientos y tontos comentarios, que tanto suele hacer. Aún le guardo rencor por la vez que se burló de mi madre por haber quedado en silla de ruedas tras el accidente. No es algo fácil de perdonar.

Sólo túneles y nada más. Estoy segura de que el tiempo se está agotando. Me detengo un momento y me recargo contra la fría pared. Y ahí estaba. Una trampilla circular de cincuenta centímetros de diámetro.

-Raymond, necesito que alcances esa trampilla e intentes abrirla. – le digo apuntando al techo. No creo que sea una tarea difícil para alguien con su complexión.  Sin trabajo empuja con fuerza la trampilla y se abre. Subo por el agujero y después Raymond. No nos molestamos en cerrarla nuevamente.

Estamos en un callejón con poca luz, no tengo idea de qué hora es ni cuántos días estuvimos ahí abajo.

-Será mejor que nadie sepa lo que pasó. – le digo y el asiente una sola vez.

-Gracias por no dejarme ahí. – dice y añade: - Ten cuidado, Ginger. – extiende su mano hacia mí y estrecho mi mano con la suya.

Acordamos salir uno después de otro y en sentidos contrarios para no levantar sospechas. Yo salgo primero y volteo de reojo para verificar que Raymond sale del callejón. Camino dos calles, intentando llegar a un lugar conocido para poder ubicarme. Creo que no fue buena idea ir por caminos separados. Sigo caminando y doy vuelta a la derecha. No puedo estar muy lejos de la biblioteca o de la plaza, así que intento parecer segura de lo que hago.

La gente que pasa me ve con horror, pero no me importa mucho mi aspecto en estos momentos. Paso frente a una tienda con vitrina y veo mi reflejo. Olvidé que me había sangrado la nariz y trato de limpiarme con la manga de mi sudadera. Aún no logro reconocer ninguna calle ni tienda para poder ubicarme, incluso la gente tiene aspecto diferente a las personas que suelo ver en Loomstang. Comienzo a desesperarme. Trato de aguzar el oído para escuchar alguna ola, pero no hay nada. ¿Raymond también estará perdido?




María José García Moncada

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